Las pesadillas forman parte de la infancia más de lo que imaginamos. A todos los niños les ocurre en algún momento: se despiertan sobresaltados, llorando o llamando a sus padres después de soñar algo que les ha asustado. Aunque para nosotros pueda parecer “solo un mal sueño”, para ellos es una experiencia real, intensa y emocionalmente muy vívida.
Aprender a acompañarlos en esos momentos no solo les ayuda a calmarse, sino que también fortalece el vínculo, la seguridad y la confianza entre padres e hijos.
Qué son las pesadillas y por qué aparecen
Las pesadillas son sueños con contenido aterrador o inquietante que se producen durante la fase REM del sueño (la más profunda y activa). A diferencia de los terrores nocturnos —que ocurren en fases más tempranas y no se recuerdan al despertar—, las pesadillas sí dejan huella en la memoria del niño/a.
Suelen presentarse entre los tres y los diez años, una etapa donde los peques desarrollan su imaginación, pero también empiezan a tener miedos nuevos: a la oscuridad, a quedarse solos, a perder a los padres…
El cerebro infantil, en plena expansión, utiliza los sueños para procesar emociones, aprendizajes y situaciones que aún no entiende del todo. Por eso, las pesadillas no son un signo de debilidad, sino una manifestación natural del crecimiento emocional.

Causas más comunes de las pesadillas infantiles
Aunque pueden tener múltiples orígenes, las causas más frecuentes son:
- Exceso de estímulos: videojuegos, películas o historias con contenido intenso antes de dormir.
- Estrés o ansiedad: cambios en la rutina, problemas escolares, conflictos familiares o llegada de un nuevo hermano.
- Cansancio o falta de descanso: los horarios irregulares alteran el sueño y aumentan la probabilidad de pesadillas.
- Alimentación inadecuada antes de dormir: cenas pesadas o muy azucaradas pueden afectar al descanso.
- Imaginación desbordante: el desarrollo cognitivo hace que los niños vivan los sueños con una intensidad especial.
En la mayoría de los casos no hay motivo de alarma. Son una etapa pasajera que puede manejarse con comprensión y hábitos saludables.
Qué hacer cuando tu hijo tiene una pesadilla
1. Acércate y transmítele seguridad
No minimices su miedo. Lo importante es que sienta que estás ahí, que lo entiendes y que puede refugiarse en ti. Dile con voz tranquila: “Ha sido un sueño muy feo, pero ya pasó. Estás a salvo, aquí conmigo”.
2. Escucha lo que quiere contarte
Dejar que el niño hable de su sueño —si lo desea— le ayuda a liberar el miedo. Puedes incluso pedirle que lo dibuje o inventar juntos un final feliz. Convertir el miedo en una historia positiva es una forma poderosa de sanar.
3. Evita la sobreprotección
Permítele volver a dormirse en su cama si puede hacerlo. Si necesita compañía, quédate un rato, pero no refuerces el hábito de dormir siempre contigo. El objetivo es que aprenda que puede superar el miedo con tu apoyo, no que dependa de ti para dormir.
4. Crea una rutina nocturna relajante
Los niños necesitan señales claras de que llega la hora de descansar. Apaga pantallas al menos una hora antes, atenúa las luces y elige actividades calmadas:
- Un cuento tranquilo
- Un baño templado
- Una conversación suave sobre cómo ha sido su día
5. Cuida el entorno del sueño
Una habitación segura, con una luz cálida o un peluche cerca, puede marcar la diferencia. Algunos niños se sienten tranquilos con un “ritual protector”: una frase mágica, una canción o una piedra “antipesadillas” inventada juntos.
Cuándo pedir ayuda profesional
Las pesadillas ocasionales son normales, pero si se repiten con frecuencia (varias veces por semana), interrumpen el descanso o el peque muestra miedo constante a dormir, conviene consultar con un pediatra o psicólogo infantil. Podría tratarse de una señal de ansiedad, estrés o un cambio emocional que necesita ser atendido. Un especialista puede ayudar a identificar la causa y ofrecer herramientas de regulación emocional adaptadas a su edad.

Una etapa más que también enseña
Las pesadillas no son enemigos que haya que erradicar, sino una oportunidad para conectar con el mundo emocional de los niños. Nos dan pistas sobre lo que sienten, lo que temen y lo que están aprendiendo a gestionar.
Acompañarlos con calma, empatía y cariño es la mejor manera de enseñarles que los miedos no se combaten solos: se transforman con amor y presencia.
“Las pesadillas desaparecen cuando los niños se sienten seguros. Y el mejor refugio siempre será tu abrazo.”
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